GABRIEL GARCÍA MARQUEZ

 

 

 Vivir para contarla, Gabriel García Márquez. Alfred A. Knopf: 592 pp.,

por Gioconda Belli

February 16 2003

 

Gabo habla


Editor's note: Recently, Alfred A. Knopf, in a move unprecedented in the U.S. book world, published the Spanish edition of Gabriel García Márquez's long-awaited memoir in the United States, a year prior to its appearance this fall in English. Without benefit of reviews or publicity, "Vivir para contarla" found its way onto The Times' bestseller list. Book Review has decided that a review, in Spanish with accompanying English translation, is in order.

Cuando abrí "Vivir para contarla" el avión ascendía a 35,000 pies y el miedo me azotaba la sangre. Tan sólo unas páginas después las palabras de Gabriel García Márquez me habrían bastado para seguir volando si el avión hubiera decidido someterse a las leyes de la gravedad. Me olvidé del miedo y de la muerte. Ya en tierra firme al día siguiente seguí leyendo y sentí tal contento que me di un largo baño con sales perfumadas escuchando la música sensual de Cecilia García Amaro a todo volumen. Por si esto fuera poco me entraron unas feroces ganas de comer chocolate. El cuerpo no se equivoca, pensé, este es un gran libro.

El avión en el que empecé la lectura de las memorias de García Márquez me traía de regreso a Los Angeles desde Managua. Estuve en Nicaragua para el fin de año con mi familia y recorrí las librerías de la ciudad acumulando desilusión porque en todas la respuesta era la misma: "¿El libro de García Márquez? --Uhhhh. Se nos agotó, voló, no nos quedó ni un sólo ejemplar".

Mi último recurso fue mi amiga Salva, dueña de una editorial. "Déjeme ver, poeta, si le consigo uno". Se puso al teléfono transmitiéndome las diversas negativas de sus distribuidores. Yo me levanté a hojear unos libros en la sala de ventas junto a su oficina y cuando regresé a sentarme frente a su escritorio, el libro de García Márquez, nuevecito, sellado en su transparente cubierta protectora, estaba frente a mí. Me pareció un acto de prestidigitación, máxime que Salva, de por sí misteriosa, no quiso decirme cómo se agenció del ejemplar del libro que estaba agotado en todo el país. "Te llevás el último que queda en Nicaragua", me dijo sonriendo como maga traviesa.

De regreso en Los Angeles me enteré de que me podría haber ahorrado aquella búsqueda angustiosa: la casa editorial Alfred A. Knopf, en una acción sin precedentes, sacó a la venta el libro en español en Estados Unidos un año antes de que se publique la versión en inglés. Quiero pensar que esta no fue sólo una decisión comercial sino un tributo a la manera en que este gran escritor transmuta el español en un metal de su propia y exclusiva fabricación, cuya pureza y brillo son suficientes para alumbrar el esplendor que oculta la inmensa soledad de nuestra región. Son pocas las ventajas de las que gozamos los latinoamericanos en los asuntos del mundo. Poder leer a García Márquez sin intermediarios es, sin duda, una de las irrenunciables.

"Vivir para contarla" es el primer tomo de lo que imagino serán, para suerte nuestra, tres o más volúmenes de memorias. Este libro se remonta al tiempo anterior a la concepción del autor, continúa con su nacimiento en Aracataca el 6 de Marzo de 1928 y nos lleva hasta la confirmación de su destino manifiesto como escritor con la publicación de su primera novela "La hojarasca" y el éxito de su reportaje periodísitico "Relato de un náufrago" en 1955. García Márquez empieza este volumen narrando el descubrimiento de la historia que lo contiene a él como el personaje que la escribirá. Su madre llega sin anunciarse a Barranquilla un día de tantos a pedirle que la acompañe a vender la casa de la familia en Aracataca. "Ni mi madre ni yo, por supuesto, hubiéramos podido imaginar siquiera que aquel cándido paseo de sólo dos días iba a ser tan determinante para mí, que la más larga y diligente de las vidas no me alcanzaría para acabar de contarlo". En estos primeros capítulos y hasta que la familia se traslada a vivir a Barranquilla, García Márquez nos hace nadar en la sopa genética y el entorno geográfico de donde surgió no sólo "Cien años de soledad," sino la mayor parte de su mundo imaginario. Visitando el paisaje de su infancia, descubrimos que, igual que el patriarca ficticio de su novela más famosa, Aureliano Buendía, su abuelo tenía un taller de platería donde "pasaba sus horas mejores fabricando los pescaditos de oro de cuerpo articulado y minúsculos ojos de esmeralda que más le daban de gozar que de comer"; que su abuela se llamaba Tranquilina Iguarán y que como el personaje Ursula Iguarán, mantuvo a la familia vendiendo animalitos de caramelo; que, igual que Rebeca Buendía, nadie entendía cómo sobrevivía sin comer su hermana Margot hasta que se dieron cuenta "de que sólo le gustaban la tierra húmeda del jardín y las tortas de cal que arrancaba de las paredes con las uñas". Es un viaje donde las anécdotas e historias de su familia nos remiten a personajes que hemos conocido en sus libros y nos revelan, además, otras muchas historias sin escribir. Allí encontramos, asombrados por los ecos de nuestra propia memoria, los códigos genéticos de los Buendía, Remedios la Bella, Petra Cotes, y nos damos cuenta que hemos atravesado el espejo con la idea de separar la ficción de la realidad sólo para darnos cuenta de que son inseparables. Nos lo advierte el autor en el título. "Hay que vivir para contarlo" dice el refrán popular que sintetiza, con pasmosa sencillez, la vinculación simbiótica entre vida y literatura. "El arte es una mentira que revela la verdad", decía Picasso, y "Vivir para contarla" es, desde sus primeras páginas, la demostración empírica tanto de la magia de la realidad, como de la realidad de la magia. A lo largo del libro, García Márquez plantea más de una vez esta reflexión en esa manera juguetona suya tan alejada de la parsimonia académica. Refiriéndose a los cuentos de las "Mil y una noches" dice, por ejemplo: "Hasta me atreví a pensar que los prodigios que contaba Sherezada sucedían de veras en la vida cotidiana de su tiempo, y dejaron de suceder por la incredulidad y la cobardía realista de las generaciones siguientes".

Por tratarse de un libro que retorna a las fuentes de la imaginación del escritor, el lenguaje de estas memorias nos evoca otra vez el sabor frutal que guardábamos en la boca desde la lectura de "Cien años de soledad". Sus frases esencialmente sencillas, usan adjetivos rotundos y sacan conclusiones inesperadas que no admiten dudas dada la certidumbre con que el autor las escribe. Detrás de estas aseveraciones la verdad se nos revela más con los sentidos y la intuición que con la lógica. La maestría de García Márquez trastoca la frase más simple en un prodigio inexplicable: "Siguió contemplando cada lugar que encontrábamos en el camino, y yo sabía lo que pensaba de cada uno por los cambios de su silencio" o ... "la muchedumbre acorralada por el pánico mientras la iban disminuyendo palmo a palmo con las tijeras metódicas e insaciables de la metralla".

Igualmente, el manejo del tiempo a lo largo de la memoria es una constante oscilación entre presente y pasado que, lejos de confundirnos, nos permite las referencias esenciales para entender la vida y la obra del autor.

Tras dejarnos seducir en los primeros capítulos por una realidad que se nos revela tan fascinante como las ficciones del escritor, lo acompañamos en suspenso en el recorrido que lo dotará de las armas para contar la historia contenida en sus orígenes. En este sentido, "Vivir para contarla" tiene mucho del viaje mítico del héroe. Los obstáculos que este tiene que superar van desde la pobreza de una familia de 11 hermanos, hasta la timidez extrema que, por fortuna, nunca puede más que su fuerza vital o su curiosidad. En el relato de sus años de estudiante, García Márquez continúa proveyéndonos con detalles de su formación de escritor. Al hablar de su abuelo ya nos había hecho saber que: "Cuando el abuelo me regaló un diccionario me despertó tal curiosidad por las palabras que lo leía como una novela, en orden alfabético y sin entenderlo apenas. Así fue mi primer contacto con el que habría de ser el libro fundamental en mi destino de escritor". En sus años de internado, sus mentores reconocen en su conversación lo mucho que tiene que decir y le permiten llevarse a su casa libros de la biblioteca escolar. "Dos de ellos, 'La Isla del Tesoro' y 'El Conde de Montecristo,' fueron mi droga feliz en aquellos años pedregosos". Tras las vicisitudes de estos años púberes en que mujeres como su madre y Martina Fonseca, su amante prohibida que le enseña a estudiar, son puntos de apoyo esenciales, García Márquez se inicia en la profesión de periodista. Ya para entonces había escrito poemas, leído a Kafka que "definió un camino nuevo en mi vida desde la primera línea" y había publicado tres cuentos en el periódico El Espectador. Su desembarco en el periodismo sucede tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán luego de su huída de Bogotá, donde seguía la carrera de derecho. El estallido de violencia que sigue al asesinato de este político se conoce en la historia de Colombia como "el Bogotazo". García Márquez es testigo ocular del acontecimiento y su relato es no sólo alucinante sino revelador del origen de la independencia de su pensamiento político. Este suceso, al llevarlo a Cartagena de Indias, lo lleva también a convivir con una serie de amigos y personajes que, de una manera casi fortuita, lo introducen a la sala de redacción del diario El Universal. Más que una decisión explícita suya, es la intervención de la vitalidad de quienes lo rodean la que pone a García Márquez desde entonces y para muchos años tras las máquinas de escribir y las tensiones de la profesión del periodismo. Empieza aquí la parte del libro que será quizá más difícil para los lectores, por la cantidad de nombres y cambios de empleo y residencia que narra, pero que están colmadas de anécdotas y reflexiones esenciales sobre la escritura. Aquí recorremos con él el camino que lo llevaría a la publicación de "La Hojarasca" y luego de su famoso reportaje "Relato de un náufrago" en abril de 1955. Al terminar dejamos a García Márquez en julio de ese mismo año, en un vuelo donde viaja a cubrir una reunión de los Cuatro Grandes en Ginebra, escribiéndole una carta de amor a la mujer que será su esposa: Mercedes Barcha.

Hasta esta parte hemos asistido al entrenamiento y la vela de armas en donde nuestro héroe, con la pluma desenvainada, marcha a la conquista de su quimera literaria. García Márquez nos ha revelado las claves de su existencia y otro de los secretos de su maravilla: sus amigos. Pocas personas conozco que hayan tenido tanta suerte como él para encontrarse mentores y ángeles de la guarda. El destino, parece ser, sembró a su paso no sólo la familia cuyo pasado contenía todos los mitos latinoamericanos, sino personas con los bolsillos llenos de guijarros iluminados para enseñarle el camino hacia la plenitud de su literatura.

Estoy convencida que la "suerte" no es más que el resultado de una buena disposición. Hay que leer este libro para entender que el éxito de García Márquez y lo que hace que amemos su literatura es su capacidad de aceptar y gozar todas las dimensiones de la vida. Su habilidad para integrar la magia y la realidad nos alivia de la escisión cartesiana de nuestra racionalidad, tan poco saludable para el espíritu, y opone a ésta una visión integradora de ambas. Por lo mismo, lo que escribe produce el gozo sensual de devolvernos la imaginación al cuerpo y de habilitar de nuevo los poderes mágicos de nuestra humanidad. Esta integración es lo que ha hecho que los latinoamericanos encontremos en sus libros una versión creíble de nuestra propia historia. No la versión letrada de los libros que no se parecía en nada a nuestra experiencia, sino la versión que aprendimos nosotros viviendo en pueblos perdidos y en ciudades por donde se paseaban locos y lagartos y donde los dictadores encerraban a los presos al lado de jaulas de leones. En un mundo que sufre cada vez más de lo inverosímil, García Márquez le vuelve a levantar las faldas a la realidad, esta vez con la realidad misma.


Gioconda Belli es la autora de "El país bajo mi piel".

 

Gabo speaks


Editor's note: Recently, Alfred A. Knopf, in a move unprecedented in the U.S. book world, published the Spanish edition of Gabriel García Márquez's long-awaited memoir in the United States, a year prior to its appearance this fall in English. Without benefit of reviews or publicity, "Vivir para contarla" found its way onto The Times' bestseller list. Book Review has decided that a review, in Spanish with accompanying English translation, is in order.

 


When I opened "Vivir para contarla," the plane was climbing to 35,000 feet and fear was thrashing through my blood. Just a few pages later, however, Gabriel García Márquez's words would have sufficed to keep me flying even if the plane had succumbed to the law of gravity. I was oblivious to the fear of death.

The following day, back on terra firma, as I continued to read, such contentment came over me that I treated myself to a long and leisurely bath scented with aromatic salts while Cecilia García Amaro's sensuous music played in the background. Furthermore, I was seized by a ferocious urge to eat chocolate. My body makes no mistake, I thought; this is a great book.

The plane on which I began reading García Márquez's memoirs was taking me back to Los Angeles from
Managua. I'd been in Nicaragua to celebrate New Year's with my family. I'd covered all the bookstores in the city, growing more and more disappointed because the answer I got in all of them was the same: "García Márquez's book? Uh, we're all out of it. It sold out. We haven't got a single copy left."

My last resort was my friend Salva, who runs a publishing house. "Let me see, poet, maybe I can get you one." She got on the phone, passing on the bad news from her distributors. I got up to browse through some books in the shop next to her office, and when I came back to her desk, there it was: García Márquez's book, staring at me, brand new and sealed up in its transparent protective wrapping. It seemed like some great trick of prestidigitation, more so because Salva, being her enigmatic self, refused to tell me how she had managed to produce a copy of a book that was sold out everywhere in the country. "You're taking away the last one left in Nicaragua," she told me, smiling mischievously.

Back in Los Angeles, I found out that I could have spared myself that anxious search: The book was for sale in the United States. Alfred A. Knopf, in an unprecedented move, had decided to publish it in Spanish in this country a year ahead of its publication in English as "Living to Tell the Tale." I would like to think that this wasn't just a commercial decision but a tribute to the way in which this inimitable writer transmutes the Spanish language into a metal of his own making, the purity and the glow of which reveal the splendor that the immense solitude of Latin America conceals. We Latin Americans enjoy few advantages in the world. Being able to read García Márquez -- known by his nickname, Gabo, throughout the Spanish-speaking world -- without intermediaries is one privilege we cannot forfeit.

"Vivir para contarla" is the first of what I imagine will be, to our good fortune, three or more volumes of memoirs. It flashes back to a time before his conception, continues with his birth in Aracataca, Colombia, on March 6, 1928, and takes us to the time when his first novel, "The Leaf Storm," and the success of his journalistic reportage, "Story of a Shipwrecked Sailor," in 1955 confirmed his destiny as a great writer.

García Márquez begins "Vivir para contarla" by explaining how he came upon the story that he would develop throughout his career as a writer. One day, unexpectedly, his mother asks him to go with her to sell the family home in Aracataca. "Neither my mother nor I, of course, could have possibly imagined that this simple two-day trip would so determine my life, that the longest and most diligent of lives would never be sufficient for me to finish telling it."


 

Through the first chapters, until his family moves to Barranquilla, Colombia, García Márquez travels with his mother and immerses us in the personal history and the geographical markers that gave rise not only to "One Hundred Years of Solitude" but also to most of the rest of his imaginary world. In "Vivir para contarla," we visit the landscape of his childhood and discover that, in common with the fictional patriarch of his most famous novel, Aureliano Buendía, his grandfather had a silver workshop where "he spent the better part of his time turning out the little gold fishes with articulated bodies and tiny emerald eyes that yielded him more joy than income"; that his grandmother Tranquilina Iguarán supported her family by selling little candy animals, as did the character Ursula Iguarán; and that nobody understood how his sister Margot, inspiring the fictional Rebeca Buendía, survived without food until they realized "that she only liked the damp soil of the garden and the lime cakes that she would tear from the walls with her fingers." This is a journey in which each family anecdote and tale brings us back to characters we've met in his books or reveals to us the promise of many stories yet to be written. Through it, we find the hidden genetic codes of the Buendías, of Remedios the Beauty and Petra Cotes, and we come to realize that we've penetrated the looking glass, thinking we would be able to separate fiction from reality only to discover that they're inseparable.


 

García Márquez warned us of this in the title of the book. "Vivir para contarla" is a popular Latin American saying that synthesizes with amazing simplicity the symbiotic link between life and literature. "Art is a lie that reveals the truth," Pablo Picasso said, and "Vivir para contarla" is, from the start, an empirical argument to demonstrate both the reality of magic and the magic of reality. García Márquez brings up the idea more than once in that playful way of his, so far removed from academic parsimony. Referring to "The Arabian Nights," for example, he says: "I even dared to think that the wonders Scheherazade told about had really happened in the daily life of her time and that they stopped happening because of the disbelief and cowardice of succeeding generations."


 

Because this is a book that draws from the original sources of the writer's imagination, its language makes our mouth tingle with the fruity taste of words we remember from reading "One Hundred Years of Solitude." An essentially simple sentence uses sonorous adjectives and draws out unexpected conclusions that leave no room for doubt, given the writer's certainty. The credibility of these affirmations relies on our senses and intuition more than on our logic. García Márquez's mastery of the craft succeeds at making a basic sentence into an inexplicable wonder: "She went on contemplating every place we came upon along the way and I knew what she was thinking about each one by the changes in her silence" or "the crowd was penned in by panic, as they were slowly mowed down by the methodical, insatiable shears of the machine gun." In addition, the memoir's constant oscillation between present and past, far from confusing us, provides a continuous cross-referencing that proves essential in understanding his life and work.


 

After seducing us in the early chapters by revealing a reality as fascinating as his fiction, we follow García Márquez on our tiptoes on the journey he traveled to tell the story that lies in his origins. We could say that "Vivir para contarla" has the classical plot of a hero's mythical quest. The obstacles he must overcome range from the poverty of a family with 11 children to his extreme shyness, which, fortunately, never diminished his vital force or curiosity. As he narrates his years as a student, he continues to provide us with details of his formation as a writer. When he introduces his grandfather, he lets us know: "When Grandfather gave me a dictionary, it awakened such a curiosity about words in me that I read it like a novel, in alphabetical order, scarcely understanding it. That was my first contact with what would be the fundamental book in my destiny as a writer."

During his school years, his mentors saw that he had a great deal to say, so they broke the rules and let him take home books from the school library. "Two of them, 'Treasure Island' and 'The Count of Monte Cristo,' were my happy drugs in those rocky years."


 

After the vicissitudes of puberty, strengthened by women like his mother and Martina Fonseca, his forbidden lover who taught him how to study, García Márquez is initiated as a journalist. By that time, he had already written some poems, had read Kafka, who "laid out a new path in my life from the first sentence," and had published three stories in the Colombian newspaper El Espectador. After the 1948 assassination of Colombian presidential candidate Jorge Eliécer Gaitán, he had to leave Bogotá, where he'd been studying to be a lawyer. The outbreak of violence that followed the assassination is known in the history of Colombia as the "Bogotazo."


 

García Márquez was an eyewitness to the murder, and his account is not only dazzling, it also reveals the origins of his political thinking. After fleeing to Cartagena de Indias, Colombia, he circulates in a group of friends and larger-than-life characters who almost tentatively introduce him to the editorial rooms of the newspaper El Universal, where he lands a job. A series of coincidences and the vitality of his friends, perhaps more than his own volition, place García Márquez from then and for many years to come behind a typewriter and in the middle of the excitement and tensions of journalism.


 

This section of the book may prove more difficult for readers because of the many names and different jobs and residences. Like the entire book, however, this section is laden with wonderful anecdotes and musings about the writing craft, as well as the tribulations that led to his first novel, "Leaf Storm," and later to his famous piece of reporting, "The Story of a Shipwrecked Sailor," in April 1955. We leave García Márquez in July of that year on a flight to cover a summit meeting in Geneva. He's in the plane writing a love letter to the woman who will be his wife, Mercedes Barcha. He is 27 years old.


 

Up to this point, we have seen our hero go through his training and the blessing of his arms. With his pen unsheathed, he marches off to the conquest of his literary chimera. García Márquez has shared with us not only the clues to his life but also another secret behind his many wonders: his friends. Few people I know have had as much luck as he in finding mentors and guardian angels. Fate, it would seem, not only sowed in his path a family whose past contains all the myths of Latin America but people with pockets full of illuminated pebbles to show him the way to the fulfillment of his literature.

Reading this book, one realizes that the key to García Márquez's success -- and the reason we love his literature -- lies in his extraordinary capacity to accept and enjoy life in its multiple dimensions. His talent to blend magic and reality relieves us from the rationalist Cartesian split -- so unhealthy for the spirit -- and presents an alternative, wholesome way to embrace both. This is precisely why his writings provoke such a sensual joy. They let our imagination roam free in our bodies and infuse us with the magical powers inherent in the human condition. His writing shows us, Latin Americans, a credible version of our own history: not the academic vision of the history books that in no way resembles our experience but the version we learned by living in forsaken towns and in cities where lunatics and crocodiles roamed the streets and where dictators kept prisoners in cages alongside their pet lions and jaguars. In a world increasingly suffering the unreal, García Márquez has fooled reality once more, this time by remaining faithful to it.

Gioconda Belli is the author of "The Country Under My Skin: A Memoir of Love and War." Her review was translated from the Spanish by Gregory Rabassa.

 


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