Gabo
habla
Editor's note: Recently, Alfred A. Knopf,
in a move unprecedented in the U.S. book world,
published the Spanish edition of Gabriel García Márquez's long-awaited
memoir in the United States, a year prior to its appearance this fall in
English. Without benefit of reviews or publicity, "Vivir para contarla"
found its way onto The Times' bestseller list. Book Review has decided that
a review, in Spanish with accompanying
English translation,
is in order.
Cuando abrí "Vivir para
contarla" el avión ascendía a 35,000 pies y el miedo me azotaba la sangre.
Tan sólo unas páginas después las palabras de Gabriel García Márquez me
habrían bastado para seguir volando si el avión hubiera decidido someterse a
las leyes de la gravedad. Me olvidé del miedo y de la muerte. Ya en tierra
firme al día siguiente seguí leyendo y sentí tal contento que me di un largo
baño con sales perfumadas escuchando la música sensual de Cecilia García
Amaro a todo volumen. Por si esto fuera poco me entraron unas feroces ganas
de comer chocolate. El cuerpo no se equivoca, pensé, este es un gran libro.
El avión en el que empecé la lectura de las memorias de García Márquez me
traía de regreso a Los Angeles desde Managua. Estuve en Nicaragua para el
fin de año con mi familia y recorrí las librerías de la ciudad acumulando
desilusión porque en todas la respuesta era la misma: "¿El libro de García
Márquez? --Uhhhh. Se nos agotó, voló, no nos quedó ni un sólo ejemplar".
Mi último recurso fue mi amiga Salva, dueña de una editorial. "Déjeme ver,
poeta, si le consigo uno". Se puso al teléfono transmitiéndome las diversas
negativas de sus distribuidores. Yo me levanté a hojear unos libros en la
sala de ventas junto a su oficina y cuando regresé a sentarme frente a su
escritorio, el libro de García Márquez, nuevecito, sellado en su
transparente cubierta protectora, estaba frente a mí. Me pareció un acto de
prestidigitación, máxime que Salva, de por sí misteriosa, no quiso decirme
cómo se agenció del ejemplar del libro que estaba agotado en todo el país.
"Te llevás el último que queda en Nicaragua", me dijo sonriendo como maga
traviesa.
De regreso en Los Angeles me enteré de que me podría haber ahorrado aquella
búsqueda angustiosa: la casa editorial Alfred A. Knopf, en una acción sin
precedentes, sacó a la venta el libro en español en Estados Unidos un año
antes de que se publique la versión en inglés. Quiero pensar que esta no fue
sólo una decisión comercial sino un tributo a la manera en que este gran
escritor transmuta el español en un metal de su propia y exclusiva
fabricación, cuya pureza y brillo son suficientes para alumbrar el esplendor
que oculta la inmensa soledad de nuestra región. Son pocas las ventajas de
las que gozamos los latinoamericanos en los asuntos del mundo. Poder leer a
García Márquez sin intermediarios es, sin duda, una de las irrenunciables.
"Vivir para contarla" es el primer tomo de lo que imagino serán, para suerte
nuestra, tres o más volúmenes de memorias. Este libro se remonta al tiempo
anterior a la concepción del autor, continúa con su nacimiento en Aracataca
el 6 de Marzo de 1928 y nos lleva hasta la confirmación de su destino
manifiesto como escritor con la publicación de su primera novela "La
hojarasca" y el éxito de su reportaje periodísitico "Relato de un náufrago"
en 1955. García Márquez empieza este volumen narrando el descubrimiento de
la historia que lo contiene a él como el personaje que la escribirá. Su
madre llega sin anunciarse a Barranquilla un día de tantos a pedirle que la
acompañe a vender la casa de la familia en Aracataca. "Ni mi madre ni yo,
por supuesto, hubiéramos podido imaginar siquiera que aquel cándido paseo de
sólo dos días iba a ser tan determinante para mí, que la más larga y
diligente de las vidas no me alcanzaría para acabar de contarlo". En estos
primeros capítulos y hasta que la familia se traslada a vivir a
Barranquilla, García Márquez nos hace nadar en la sopa genética y el entorno
geográfico de donde surgió no sólo "Cien años de soledad," sino la mayor
parte de su mundo imaginario. Visitando el paisaje de su infancia,
descubrimos que, igual que el patriarca ficticio de su novela más famosa,
Aureliano Buendía, su abuelo tenía un taller de platería donde "pasaba sus
horas mejores fabricando los pescaditos de oro de cuerpo articulado y
minúsculos ojos de esmeralda que más le daban de gozar que de comer"; que su
abuela se llamaba Tranquilina Iguarán y que como el personaje Ursula
Iguarán, mantuvo a la familia vendiendo animalitos de caramelo; que, igual
que Rebeca Buendía, nadie entendía cómo sobrevivía sin comer su hermana
Margot hasta que se dieron cuenta "de que sólo le gustaban la tierra húmeda
del jardín y las tortas de cal que arrancaba de las paredes con las uñas".
Es un viaje donde las anécdotas e historias de su familia nos remiten a
personajes que hemos conocido en sus libros y nos revelan, además, otras
muchas historias sin escribir. Allí encontramos, asombrados por los ecos de
nuestra propia memoria, los códigos genéticos de los Buendía, Remedios la
Bella, Petra Cotes, y nos damos cuenta que hemos atravesado el espejo con la
idea de separar la ficción de la realidad sólo para darnos cuenta de que son
inseparables. Nos lo advierte el autor en el título. "Hay que vivir para
contarlo" dice el refrán popular que sintetiza, con pasmosa sencillez, la
vinculación simbiótica entre vida y literatura. "El arte es una mentira que
revela la verdad", decía Picasso, y "Vivir para contarla" es, desde sus
primeras páginas, la demostración empírica tanto de la magia de la realidad,
como de la realidad de la magia. A lo largo del libro, García Márquez
plantea más de una vez esta reflexión en esa manera juguetona suya tan
alejada de la parsimonia académica. Refiriéndose a los cuentos de las "Mil y
una noches" dice, por ejemplo: "Hasta me atreví a pensar que los prodigios
que contaba Sherezada sucedían de veras en la vida cotidiana de su tiempo, y
dejaron de suceder por la incredulidad y la cobardía realista de las
generaciones siguientes".
Por tratarse de un libro que retorna a las fuentes de la imaginación del
escritor, el lenguaje de estas memorias nos evoca otra vez el sabor frutal
que guardábamos en la boca desde la lectura de "Cien años de soledad". Sus
frases esencialmente sencillas, usan adjetivos rotundos y sacan conclusiones
inesperadas que no admiten dudas dada la certidumbre con que el autor las
escribe. Detrás de estas aseveraciones la verdad se nos revela más con los
sentidos y la intuición que con la lógica. La maestría de García Márquez
trastoca la frase más simple en un prodigio inexplicable: "Siguió
contemplando cada lugar que encontrábamos en el camino, y yo sabía lo que
pensaba de cada uno por los cambios de su silencio" o ... "la muchedumbre
acorralada por el pánico mientras la iban disminuyendo palmo a palmo con las
tijeras metódicas e insaciables de la metralla".
Igualmente, el manejo del tiempo a lo largo de la memoria es una constante
oscilación entre presente y pasado que, lejos de confundirnos, nos permite
las referencias esenciales para entender la vida y la obra del autor.
Tras dejarnos seducir en los primeros capítulos por una realidad que se nos
revela tan fascinante como las ficciones del escritor, lo acompañamos en
suspenso en el recorrido que lo dotará de las armas para contar la historia
contenida en sus orígenes. En este sentido, "Vivir para contarla" tiene
mucho del viaje mítico del héroe. Los obstáculos que este tiene que superar
van desde la pobreza de una familia de 11 hermanos, hasta la timidez extrema
que, por fortuna, nunca puede más que su fuerza vital o su curiosidad. En el
relato de sus años de estudiante, García Márquez continúa proveyéndonos con
detalles de su formación de escritor. Al hablar de su abuelo ya nos había
hecho saber que: "Cuando el abuelo me regaló un diccionario me despertó tal
curiosidad por las palabras que lo leía como una novela, en orden alfabético
y sin entenderlo apenas. Así fue mi primer contacto con el que habría de ser
el libro fundamental en mi destino de escritor". En sus años de internado,
sus mentores reconocen en su conversación lo mucho que tiene que decir y le
permiten llevarse a su casa libros de la biblioteca escolar. "Dos de ellos,
'La Isla del Tesoro' y 'El Conde de Montecristo,' fueron mi droga feliz en
aquellos años pedregosos". Tras las vicisitudes de estos años púberes en que
mujeres como su madre y Martina Fonseca, su amante prohibida que le enseña a
estudiar, son puntos de apoyo esenciales, García Márquez se inicia en la
profesión de periodista. Ya para entonces había escrito poemas, leído a
Kafka que "definió un camino nuevo en mi vida desde la primera línea" y
había publicado tres cuentos en el periódico El Espectador. Su desembarco en
el periodismo sucede tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán luego de su
huída de Bogotá, donde seguía la carrera de derecho. El estallido de
violencia que sigue al asesinato de este político se conoce en la historia
de Colombia como "el Bogotazo". García Márquez es testigo ocular del
acontecimiento y su relato es no sólo alucinante sino revelador del origen
de la independencia de su pensamiento político. Este suceso, al llevarlo a
Cartagena de Indias, lo lleva también a convivir con una serie de amigos y
personajes que, de una manera casi fortuita, lo introducen a la sala de
redacción del diario El Universal. Más que una decisión explícita suya, es
la intervención de la vitalidad de quienes lo rodean la que pone a García
Márquez desde entonces y para muchos años tras las máquinas de escribir y
las tensiones de la profesión del periodismo. Empieza aquí la parte del
libro que será quizá más difícil para los lectores, por la cantidad de
nombres y cambios de empleo y residencia que narra, pero que están colmadas
de anécdotas y reflexiones esenciales sobre la escritura. Aquí recorremos
con él el camino que lo llevaría a la publicación de "La Hojarasca" y luego
de su famoso reportaje "Relato de un náufrago" en abril de 1955. Al terminar
dejamos a García Márquez en julio de ese mismo año, en un vuelo donde viaja
a cubrir una reunión de los Cuatro Grandes en Ginebra, escribiéndole una
carta de amor a la mujer que será su esposa: Mercedes Barcha.
Hasta esta parte hemos asistido al entrenamiento y la vela de armas en donde
nuestro héroe, con la pluma desenvainada, marcha a la conquista de su
quimera literaria. García Márquez nos ha revelado las claves de su
existencia y otro de los secretos de su maravilla: sus amigos. Pocas
personas conozco que hayan tenido tanta suerte como él para encontrarse
mentores y ángeles de la guarda. El destino, parece ser, sembró a su paso no
sólo la familia cuyo pasado contenía todos los mitos latinoamericanos, sino
personas con los bolsillos llenos de guijarros iluminados para enseñarle el
camino hacia la plenitud de su literatura.
Estoy convencida que la "suerte" no es más que el resultado de una buena
disposición. Hay que leer este libro para entender que el éxito de García
Márquez y lo que hace que amemos su literatura es su capacidad de aceptar y
gozar todas las dimensiones de la vida. Su habilidad para integrar la magia
y la realidad nos alivia de la escisión cartesiana de nuestra racionalidad,
tan poco saludable para el espíritu, y opone a ésta una visión integradora
de ambas. Por lo mismo, lo que escribe produce el gozo sensual de
devolvernos la imaginación al cuerpo y de habilitar de nuevo los poderes
mágicos de nuestra humanidad. Esta integración es lo que ha hecho que los
latinoamericanos encontremos en sus libros una versión creíble de nuestra
propia historia. No la versión letrada de los libros que no se parecía en
nada a nuestra experiencia, sino la versión que aprendimos nosotros viviendo
en pueblos perdidos y en ciudades por donde se paseaban locos y lagartos y
donde los dictadores encerraban a los presos al lado de jaulas de leones. En
un mundo que sufre cada vez más de lo inverosímil, García Márquez le vuelve
a levantar las faldas a la realidad, esta vez con la realidad misma.
Gioconda Belli es la autora
de "El país bajo mi piel".
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Gabo speaks
Editor's note: Recently, Alfred A. Knopf,
in a move unprecedented in the U.S. book world,
published the Spanish edition of Gabriel García Márquez's long-awaited
memoir in the United States, a year prior to its appearance this fall in
English. Without benefit of reviews or publicity, "Vivir para contarla"
found its way onto The Times' bestseller list. Book Review has decided that
a review,
in Spanish
with accompanying English translation, is in order.
When I opened "Vivir para contarla," the plane
was climbing to 35,000 feet and fear was thrashing through my blood. Just a
few pages later, however, Gabriel García Márquez's words would have sufficed
to keep me flying even if the plane had succumbed to the law of gravity. I
was oblivious to the fear of death.
The following day, back on terra firma, as I continued to read, such
contentment came over me that I treated myself to a long and leisurely bath
scented with aromatic salts while Cecilia García Amaro's sensuous music
played in the background. Furthermore, I was seized by a ferocious urge to
eat chocolate. My body makes no mistake, I thought; this is a great book.
The plane on which I began reading García Márquez's memoirs was taking me
back to Los Angeles from Managua. I'd
been in Nicaragua to celebrate New Year's with my family. I'd covered all
the bookstores in the city, growing more and more disappointed because the
answer I got in all of them was the same: "García Márquez's book? Uh, we're
all out of it. It sold out. We haven't got a single copy left."
My last resort was my friend Salva, who runs a publishing house. "Let me see,
poet, maybe I can get you one." She got on the phone, passing on the bad
news from her distributors. I got up to browse through some books in the
shop next to her office, and when I came back to her desk, there it was:
García Márquez's book, staring at me, brand new and sealed up in its
transparent protective wrapping. It seemed like some great trick of
prestidigitation, more so because Salva, being her enigmatic self, refused
to tell me how she had managed to produce a copy of a book that was sold out
everywhere in the country. "You're taking away the last one left in
Nicaragua," she told me, smiling mischievously.
Back in Los Angeles, I found out that I could have spared myself that
anxious search: The book was for sale in the United States. Alfred A. Knopf,
in an unprecedented move, had decided to publish it in Spanish in this
country a year ahead of its publication in English as "Living to Tell the
Tale." I would like to think that this wasn't just a commercial decision but
a tribute to the way in which this inimitable writer transmutes the Spanish
language into a metal of his own making, the purity and the glow of which
reveal the splendor that the immense solitude of Latin America conceals. We
Latin Americans enjoy few advantages in the world. Being able to read García
Márquez -- known by his nickname, Gabo, throughout the Spanish-speaking
world -- without intermediaries is one privilege we cannot forfeit.
"Vivir para contarla" is the first of what I imagine will be, to our good
fortune, three or more volumes of memoirs. It flashes back to a time before
his conception, continues with his birth in Aracataca, Colombia, on March 6,
1928, and takes us to the time when his first novel, "The Leaf Storm," and
the success of his journalistic reportage, "Story of a Shipwrecked Sailor,"
in 1955 confirmed his destiny as a great writer.
García Márquez begins "Vivir para contarla" by explaining how he came upon
the story that he would develop throughout his career as a writer. One day,
unexpectedly, his mother asks him to go with her to sell the family home in
Aracataca. "Neither my mother nor I, of course, could have possibly imagined
that this simple two-day trip would so determine my life, that the longest
and most diligent of lives would never be sufficient for me to finish
telling it."
Through
the first chapters, until his family moves to Barranquilla, Colombia, García
Márquez travels with his mother and immerses us in the personal history and
the geographical markers that gave rise not only to "One Hundred Years of
Solitude" but also to most of the rest of his imaginary world. In "Vivir
para contarla," we visit the landscape of his childhood and discover that,
in common with the fictional patriarch of his most famous novel, Aureliano
Buendía, his grandfather had a silver workshop where "he spent the better
part of his time turning out the little gold fishes with articulated bodies
and tiny emerald eyes that yielded him more joy than income"; that his
grandmother Tranquilina Iguarán supported her family by selling little candy
animals, as did the character Ursula Iguarán; and that nobody understood how
his sister Margot, inspiring the fictional Rebeca Buendía, survived without
food until they realized "that she only liked the damp soil of the garden
and the lime cakes that she would tear from the walls with her fingers."
This is a journey in which each family anecdote and tale brings us back to
characters we've met in his books or reveals to us the promise of many
stories yet to be written. Through it, we find the hidden genetic codes of
the Buendías, of Remedios the Beauty and Petra Cotes, and we come to realize
that we've penetrated the looking glass, thinking we would be able to
separate fiction from reality only to discover that they're inseparable.
García
Márquez warned us of this in the title of the book. "Vivir para contarla" is
a popular Latin American saying that synthesizes with amazing simplicity the
symbiotic link between life and literature. "Art is a lie that reveals the
truth," Pablo Picasso said, and "Vivir para contarla" is, from the start, an
empirical argument to demonstrate both the reality of magic and the magic of
reality. García Márquez brings up the idea more than once in that playful
way of his, so far removed from academic parsimony. Referring to "The
Arabian Nights," for example, he says: "I even dared to think that the
wonders Scheherazade told about had really happened in the daily life of her
time and that they stopped happening because of the disbelief and cowardice
of succeeding generations."
Because
this is a book that draws from the original sources of the writer's
imagination, its language makes our mouth tingle with the fruity taste of
words we remember from reading "One Hundred Years of Solitude." An
essentially simple sentence uses sonorous adjectives and draws out
unexpected conclusions that leave no room for doubt, given the writer's
certainty. The credibility of these affirmations relies on our senses and
intuition more than on our logic. García Márquez's mastery of the craft
succeeds at making a basic sentence into an inexplicable wonder: "She went
on contemplating every place we came upon along the way and I knew what she
was thinking about each one by the changes in her silence" or "the crowd was
penned in by panic, as they were slowly mowed down by the methodical,
insatiable shears of the machine gun." In addition, the memoir's constant
oscillation between present and past, far from confusing us, provides a
continuous cross-referencing that proves essential in understanding his life
and work.
After
seducing us in the early chapters by revealing a reality as fascinating as
his fiction, we follow García Márquez on our tiptoes on the journey he
traveled to tell the story that lies in his origins. We could say that "Vivir
para contarla" has the classical plot of a hero's mythical quest. The
obstacles he must overcome range from the poverty of a family with 11
children to his extreme shyness, which, fortunately, never diminished his
vital force or curiosity. As he narrates his years as a student, he
continues to provide us with details of his formation as a writer. When he
introduces his grandfather, he lets us know: "When Grandfather gave me a
dictionary, it awakened such a curiosity about words in me that I read it
like a novel, in alphabetical order, scarcely understanding it. That was my
first contact with what would be the fundamental book in my destiny as a
writer."
During his school years, his mentors saw that he had a great deal to say, so
they broke the rules and let him take home books from the school library. "Two
of them, 'Treasure Island' and 'The Count of Monte Cristo,' were my happy
drugs in those rocky years."
After
the vicissitudes of puberty, strengthened by women like his mother and
Martina Fonseca, his forbidden lover who taught him how to study, García
Márquez is initiated as a journalist. By that time, he had already written
some poems, had read Kafka, who "laid out a new path in my life from the
first sentence," and had published three stories in the Colombian newspaper
El Espectador. After the 1948 assassination of Colombian presidential
candidate Jorge Eliécer Gaitán, he had to leave Bogotá, where he'd been
studying to be a lawyer. The outbreak of violence that followed the
assassination is known in the history of Colombia as the "Bogotazo."
García
Márquez was an eyewitness to the murder, and his account is not only
dazzling, it also reveals the origins of his political thinking. After
fleeing to Cartagena de Indias, Colombia, he circulates in a group of
friends and larger-than-life characters who almost tentatively introduce him
to the editorial rooms of the newspaper El Universal, where he lands a job.
A series of coincidences and the vitality of his friends, perhaps more than
his own volition, place García Márquez from then and for many years to come
behind a typewriter and in the middle of the excitement and tensions of
journalism.
This
section of the book may prove more difficult for readers because of the many
names and different jobs and residences. Like the entire book, however, this
section is laden with wonderful anecdotes and musings about the writing
craft, as well as the tribulations that led to his first novel, "Leaf Storm,"
and later to his famous piece of reporting, "The Story of a Shipwrecked
Sailor," in April 1955. We leave García Márquez in July of that year on a
flight to cover a summit meeting in Geneva. He's in the plane writing a love
letter to the woman who will be his wife, Mercedes Barcha. He is 27 years
old.
Up to this
point, we have seen our hero go through his training and the blessing of his
arms. With his pen unsheathed, he marches off to the conquest of his
literary chimera. García Márquez has shared with us not only the clues to
his life but also another secret behind his many wonders: his friends. Few
people I know have had as much luck as he in finding mentors and guardian
angels. Fate, it would seem, not only sowed in his path a family whose past
contains all the myths of Latin America but people with pockets full of
illuminated pebbles to show him the way to the fulfillment of his literature.
Reading this book, one realizes that the key to García Márquez's success --
and the reason we love his literature -- lies in his extraordinary capacity
to accept and enjoy life in its multiple dimensions. His talent to blend
magic and reality relieves us from the rationalist Cartesian split -- so
unhealthy for the spirit -- and presents an alternative, wholesome way to
embrace both. This is precisely why his writings provoke such a sensual joy.
They let our imagination roam free in our bodies and infuse us with the
magical powers inherent in the human condition. His writing shows us, Latin
Americans, a credible version of our own history: not the academic vision of
the history books that in no way resembles our experience but the version we
learned by living in forsaken towns and in cities where lunatics and
crocodiles roamed the streets and where dictators kept prisoners in cages
alongside their pet lions and jaguars. In a world increasingly suffering the
unreal, García Márquez has fooled reality once more, this time by remaining
faithful to it.
Gioconda Belli is the author of "The Country
Under My Skin: A Memoir of Love and War." Her review was translated from the
Spanish by Gregory Rabassa.
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