5-9-2018

 

 

 

 

Die Herren, roman, Angelika Schrobsdorff, 1961

 

Angelika Schrobsdorff: Leben ohne Heimat - Mit Fotografien von Rengha Rodewill und Texten von Beatrix Brockman - 2017

 

 

NOTA DE LEITURA

 

No canto ocidental da Europa, ou seja na Península Ibérica, e não só, despertou a atenção dos editores a obra e a personagem de Angelika Schrobsdorff (1927 – † 2016), até porque a vida dela, há pouco terminada, tem ainda uma certa aura de mistério.

A sua obra principal – Tu não és como as outras mães – foi publicada muito recentemente em Espanhol e em Catalão em 2016 e em Português em 2018.

A sua primeira obra – Die Herren – que fora publicada em Espanha em 1966, em tradução de Joaquin de Agullera Gamoneda (título: Hombres), foi publicada de novo em 2018 em tradução de Richard Gross, assim como em Catalão (Els Homes).

Apareceu também em 2017 uma primeira biografia com muitas fotografias.  Li-a no original alemão juntamente com o volumoso texto de Die Herren (717 páginas de letra miudinha), publicado em 1961. Devo dizer desde já que esta biografia não satisfaz de modo nenhum. Basta compulsar as notas finais para ver que, como fontes, a autora utilizou praticamente o livro Du bist nicht so wie andre Mütter e também o Die Herren. É realmente um livro falhado; salvam-se as fotografias.

Já o livro Die Herren (em Espanha, com boas razões, preferiram o título Hombres) tem muito que se lhe diga. Ficamos à espera de que alguém o traduza para Português.

Para mim, é ainda um mistério como é que a Autora conseguiu escrever tão bem este livro enorme, quando, na falta de outros recursos,  precisou de escrever para sobreviver (início dos anos 50) e era então praticamente ignorante intelectualmente. A verdade é que, sem ser uma obra prima, o livro está muito bem escrito, em especial os primeiros oito capítulos. Os dois últimos capítulos não figuraram na 1.ª edição de 1961 e são de facto inferiores. Os outros (os primeiros oito) são praticamente autobiográficos e desenham implacavelmente os homens que se apaixonaram pela Autora.

Uma pessoa que a ajudou foi o escritor Johannes Mario Simmel (7-4-1924 - † 1-1-2009), que ia buscar o que ela escrevia (100-150 páginas), lia e certamente corrigia, e levava á tipografia. Se assim foi, ela aprendeu depressa.

A personagem principal é Eveline que personifica a Autora falando na primeira pessoa. Eveline ou Eva é o nome da sobrinha, filha de sua irmã Bettina, nascida em 1950 e hoje médica em Burgas na Bulgária.

Stephen Cherney, do capítulo “O marido”, é Ed Psurny, um oficial americano meio anjolas a quem ela punha os cornos com muita descontracção. Casara com ela na Bulgária em 1946.

Werner Fischer é o actor e realizador de cinema austríaco Kurt M. (capítulo “O artista”), muito fácil de identificar, que ela rebaixa sem pudor, chegando ao ponto de escrever que lhe pusera os cornos para desanuviar de o aturar. Certamente o facto de aquele realizador (18 Agosto 1912 – † 4 Abril 1994)  ter atingido uma certa celebridade leva hoje os autores a omitir o seu sobrenome.

Teve um filho de Carl Hermann Ebbinghaus (capítulo “O pai do filho”), a quem chama no livro Franz-Ludwig Schulenburg. Este era um tipo insuportável que ela teve de despachar rapidamente ainda antes de o filho nascer. Depois ficaram em boas relações, mas em pouco pôde contar com ele. Chamaram Peter ao filho, nascido se não erro em 1953. O filho usa o sobrenome da mãe, Schrobsdorff.

Segundo a biografia de  Rengha Rodewill-Beatrix Brockman – 2017, ela terá casado por volta de 1970 com um tal Jürgen von G. com o qual vivera alguns anos; esse senhor aparecerá com o pseudónimo de de Udo no romance Die kurze Stunde zwischen Tag und Nacht.

Partiu para Jerusalém e ai conheceu Claude Lanzmann, o realizador do documentário Shoah, que totalizou 350 horas de filme. Casaram em 1974, pouco depois da guerra do Yom Kippur (6 a 25 de Outubro de 1973). O casamento durou apenas meia dúzia de anos, em que Lanzmann se ocupou sobretudo da filmagem do seu longo documentário.

Regressou à Alemanha em 2006 e veio a falecer em Berlim em 30 de Julho de 2016, com 88 anos.
 

 

 

4-6-2018

 

Tú no eres como otras hijas

 

Angelika Schrobsdorff, autora de 'Tú no eres como otras madres', rompe en 'Hombres' con el patrón literario masculino: una mujer lleva las riendas de sus relaciones amorosas.

 

ANNA CABALLÉ

 

La escritora alemana Angelika Schrobsdorff nos sorprendió a todos, lectores y lectoras (que han sido muchas), cuando se publicó en 2016 una deliciosa crónica autobiográfica, Tú no eres como otras madres, centrada en la figura de su propia madre, Else Kirchner, sin duda un personaje fascinante descrito con sus luces y sus sombras, pero con una rara cualidad literaria: la luz. Un libro luminoso: es tan difícil que la escritura no derive hacia la negatividad más corrosiva…

Aquella biografía materna, cruzada por la vida berlinesa entre finales del XIX y 1933, cuando Hitler tomó la decisión de acabar con todo, nos dejó con la curiosidad de pensar si estábamos ante una autora de una sola obra importante, escrita en estado de gracia, o bien se trataba de alguien que tenía más que decir. Tú no eres como otras madres apareció en alemán en 1992, en plena madurez creadora, mientras que la novela que Periférica y Errata Naturae rescatan ahora, en una feliz joint venture, apareció en 1961. Casi como quien dice estamos ante su primer libro y uno de los últimos.

Hombres, en alemán Die Herren: los hombres (en castellano es preferible la opción del traductor), no defrauda en absoluto. No se trata de los hombres en general, sino de aquellos que pasaron por la juventud de Schrobsdorff, sin que podamos tomar las marcas de referencialidad, que son evidentes, de forma literal, pues, como ocurre con Vivian Gornick, otra autora de culto actualmente, la escritura de ambas se caracteriza por su semificcionalidad, su forma de partir libérrimamente de su experiencia, que es central en su literatura.

En Hombres resulta muy atractiva la forma en que se roza el folletín sentimental ­—por el hecho de tratarse exclusivamente asuntos relacionados con el amor y el sexo—. Pero nunca se cae en él porque el libro plantea un problema importante: el de una joven muy atractiva, pero abrumada por un déficit de identidad (si hemos leído Tú no eres como otras madres podemos atar cabos) que encuentra en el deseo de los hombres hacia ella su razón de ser, una razón para vivir.

No tiene otra. Nada le interesa, nada estudia, nada sabe hacer. Relacionarse con los hombres y obtener privilegios gracias a su belleza es su especialidad. No hay ningún interés en caer bien al lector, en hacerse la víctima de una situación (vivir en Bulgaria con su madre, ambas como refugiadas, y ser perseguida por tener un padre alemán, como antes lo fue por tener una madre judía). Muy al contrario, el personaje resulta irritante en ocasiones por su desapego emocional (es tremenda la escena de reencuentro con su hermana), por su forma, en fin, de desentenderse de los problemas ajenos (y la madre vuelve a jugar un papel importante, aquí por elisión: es el amor del que huye para no hundirse).

Se comprende muy bien que el libro escandalizara en su tiempo. No cabe duda de que proponía un desvío del patrón autobiográfico mascu­lino: es una mujer la que decide cuándo empiezan y cuándo acaban las relaciones y lo que espera de ellas. A veces le sale bien, y otras mal, pero, en todo caso, la protagonista entra en un bucle emocional de difícil salida. Sin hombres, no hay vida, pero ninguno se acerca al mito que representa su padre. Evito el espoile.

 

 

EL CULTURAL

 25-5-2018

 

Hombres, de Angelika Schrobsdorff

Traducción de Joaquín de Aguilera. Periférica & Errata Naturae, 2018. 576 páginas, 24,50 €

RAFAEL NARBONA  

 

Angelika Schrobsdorff conoció la fama con su primera novela, Hombres, una obra descarnadamente sincera. Nació en 1927 en Friburgo en el seno de una familia de la burguesía judía, y en 1938 huyó a Bulgaria con su madre y su hermana. Su abuela fue asesinada en Theresienstadt. En 1947 regresó a Alemania y en 1971 se casó con Claude Lanzmann, el director de Shoah. Murió en Berlín en 2016. La novela autobiográfica Tú no eres como otras madres, publicada en 1992, disfrutó de un éxito colosal. En Hombres, el componente autobiográfico también desempeña un papel esencial. Eveline Clausen, la protagonista, comparte con la autora el origen judío, la emigración forzosa, una adolescencia marcada por la guerra y un proceso de maduración salpicado por el miedo, el desarraigo y la inseguridad. 

Schrobsdorff no esconde los defectos de Eveline, una joven egoísta, superficial, “sin alma ni corazón”. No es el punto de vista de algún amante despechado, sino de la propia muchacha, que se considera cínica e incluso vengativa. 
No es un retrato completamente justo, pues detrás de esos rasgos palpita una mente perspicaz y clarividente. Su pasión por vivir nace de sus dolorosas pérdidas y de un profundo escepticismo. No cree en Dios, ni en las ideologías que sacuden Europa. Con una formación académica incompleta, su educación se ha forjado con un conocimiento prematuro del odio y la intolerancia.

El título de la novela refleja fielmente su hilo argumental. Eveline es hija de un próspero empresario alemán y de una judía que ha logrado escapar de la hoguera nazi. Quiere a sus padres, pero sabe que han sido derrotados por el exilio y la enfermedad. La vida parece alejarse de ellos. 
En cambio, los hombres que desfilan ante ella representan la aventura, el deseo, la intensidad. Con sólo 14 años se enamora de un apuesto soldado que ya ha superado los 30. Sin miedo a la reprobación moral, Schrobsdorff reproduce el erotismo desinhibido de su personaje: “Sentí sus labios entreabiertos y su lengua, húmeda y suave, que se deslizaba por mi boca cerrada. Fue como una descarga eléctrica, tan dura, tan dolorosa, tan inesperada. Era el primer beso de un hombre”. Eveline no perderá la virginidad hasta los 17, cuando se acuesta con un coronel estadounidense que le ha conseguido un trabajo como traductora. No lo hace para asegurar su empleo, sino porque la experiencia le parece tan aterradora como fascinante. Nunca se dejará intimidar por un hombre, pero tampoco cederá ante los prejuicios. Nada le parece más importante e irrenunciable que su libertad. 

Eveline se casará poco después con un teniente norteamericano, un joven católico que pretende convertirla en una ama de casa, pero se rebelará contra ese destino, flirteando con otros hombres. Encadenará amantes, sin llegar a enamorarse. Después de conseguir un pequeño papel en el cine, iniciará un romance con un actor fatuo. No tardará en engañarlo. La frivolidad de Eveline no es gratuita, sino el fruto de una decepción generalizada. Sin pasaporte, sólo es una apátrida que ha sufrido distintas formas de opresión. Primero, los nazis; más tarde, los soviéticos y, por último, los norteamericanos. No son idénticos, pero todos se comportan como ocupantes, dejando claro su desprecio por la población civil. Eveline, que había abortado en una ocasión, celebrará alborozada un nuevo embarazo. No pretende formar una familia. Simplemente identifica la perspectiva de tener un hijo con un comienzo. Ser madre es una forma de adherirse a la vida, de apostar por la esperanza, de liberarse del miedo.

Hombres es un fresco sobre la pasión, el erotismo y los tabúes en una Europa devastada por la guerra. Un ejercicio de libertad con una inquietante belleza. No pretende aleccionarnos. Se conforma con mostrarnos la imperfección y fragilidad de la especie humana.
 



 

CLAVE DE LIBROS

 

29 DE JUNHO DE 2018


FLORENCIA DEL CAMPO

Hombres

Angelika Schrobsdorff

 

‘Hombres’ (1961) es la primera novela de la autora alemana, hija de madre judía, Angelika Schrobsdorff (1927). Una obra provocadora para la época por presentar a una narradora en primera persona que cuenta sus relaciones con los hombres.

 

Varios años después de escribir Hombres (Die Herren en su título original), novela provocadora para la época por presentar a una narradora en primera persona que cuenta sus relaciones con los hombres; relaciones en las que ella muestra un gran poder y dominio en ocasiones (que finalmente es independencia y liberación), la autora escribe una novela autobiográfica titulada Tú no eres como otras madres (Du bist nicht so wie andre Mütter, 1992). Esta segunda novela sería lo que se viene a llamar una autoficción, pues Angelika cuenta allí su vida y la de su madre, sin cambiar los nombres reales de ninguno de los personajes (la primera persona que narra es Angelika y su madre en el libro se llama Else, como efectivamente en la realidad), pero haciendo literatura (y de la buena). En cambio Hombres, su primera novela, se trata más bien de una novela autobiográfica. Aquí la autora toma su vida privada para construir la narración pero se esconde, al mismo tiempo, en el personaje de Eveline. No me sorprende: la autoficción es un género más posmoderno en el sentido de que puede poner en duda qué es un autor, pregunta que se hizo Foucault en 1969. Por el contrario, cuando Schrobsdorff escribe Hombres, ni siquiera existía todavía el famoso Roland Barthes por Roland Barthes. Sin embargo, con estas dos obras de la autora alemana pasa algo muy curioso: en Hombres los personajes de su hermana y su cuñado, por ejemplo, llevan los nombres reales de esas personas, y por lo tanto, los nombres de esos mismos personajes de Tú no eres como otras madres. Lo mismo sucede con Yonka (figura femenina muy importante en la vida de Angelika, como una especie de cuidadora/confidente) y con algunos otros. Pero más interesante que hacer un cruce de ambas novelas por las coincidencias nominales (no solo entre ellas sino entre los personajes y las personas reales) puede resultar cruzarlas por los temas que trata, que son fundamentalmente tres a mi modo de leer: la guerra y el exilio; la familia, y sobre todo, la madre o el padre; los hombres y el amor.

 

La guerra y el exilio

 

En cuanto comienza la Segunda Guerra Mundial, Angelika Schrobsdorff junto con su hermana Bettina (mismo nombre con el que aparecerá en ambas novelas, como antes fue señalado) y su madre huyen de Alemania hacia Bulgaria. En Hombres lo cuenta así:

Después de tres días de penosa caminata llegamos a Bujovo. Bujovo era una aldea que contaba con unas cuarenta chozas de barro; con una taberna en la que se bebía slibowitz […]; con una escuela que servía para muchos fines, pero muy pocas veces para la enseñanza; con una iglesia que se encontraba continuamente ocupada […]; y con una fuente en medio de la gran plaza de la aldea, que surtía de agua a todo el lugar.

Nos asignaron nuestros cuarteles en casa de la familia Gawriloff, que constaba de una abuela nonagenaria, del padre, de una hija, y de cinco hijos. La familia vivía en una casucha de barro de dos habitaciones: una minúscula entrada con un hogar abierto y un cuartucho aún más diminuto.

Y en Tú no eres como otras madres, la misma escena aparece de esta manera:

Al día siguiente llegamos a Bujovo. Estaba ubicado al pie de una cadena de lomas boscosas, tenía unas cien casas desperdigadas sin orden ni concierto por el paisaje, no había apenas árboles y aún menos calles, solo caminos enlodados que no siempre conducían a una casa. […].

En el centro de la aldea había una plaza, grande y sin nivelar, con un pozo del que se sacaba el agua con panzudos botijos en los hombros. Había también una escuela a la que uno podía asistir siempre que quisiera y no tuviera que realizar otra tarea, un bar donde servían rakia y slivovitz, y una iglesia en la que un pope desaliñado, con un moño greñudo, atendía sus obligaciones.

Else y Angelika encontraron hospedaje en casa de una familia de ocho miembros, compuesta de cinco hijos de entre seis y dieciocho años, una hija de veintidós, un padre y una baba(*) minúscula y jorobada.

* Voz eslava que significa “mujer”, “abuela” nota al pie del original.

Una vez que se instalan en Bulgaria, se asienta el drama del exilio. La lengua cumple un papel primordial para la añoranza. Como dice Emine Sevgi Ozdamar en un maravilloso relato titulado La lengua de mi madre: «En el idioma extranjero, las palabras no tienen infancia». Y donde no hay pasado, no hay persona. La muerte (aunque sea la simbólica) está mucho más cerca de la ausencia de pasado que de la ausencia de futuro. Dice Eveline en Hombres:

Me interesaban mucho más los soldados alemanes. No porque fuesen hombres, sino porque venían de mi patria. Sentía añoranza. Mi más ferviente deseo era conocer a uno de aquellos alemanes y hablar con él en mi propia lengua.

[…].

Por aquella época mi madre conoció a una joven berlinesa […]. Nos invitaba con frecuencia a su casa. Aquellos momentos mitigaban un poco mis añoranzas por la patria.

 

Y dice un pasaje de la otra novela:

No me puedo imaginar que en una lengua distinta a la materna pueda uno mostrarse como realmente es. Porque uno está orgánicamente imbricado con el idioma, que más que cualquier otra cosa es expresión de la personalidad, lo mismo que es, más que cualquier otra cosa, la clave para acceder a un pueblo y su cultura. Por supuesto, las palabras y la gramática se pueden aprender, pero lo que está en torno a las palabras, dentro y detrás de las mismas, jamás.

Pero la otra cara de la moneda del desarraigo es el rechazo al propio país, porque algo se pierde para siempre y es irrecuperable. Esa pérdida es interna, desde luego, y en situaciones de guerra también externa, porque una ciudad queda en ruinas o debe ser reconstruida y ya nunca más es la misma ciudad (como quien se va ya nunca más es la misma persona). Tal es así que en Hombres, Eveline llega a decir: «Comencé a sentir añoranza de Sofía» cuando se encuentra de regreso en Alemania tras la guerra. Y pocas líneas más abajo señala: «Ya no soy alemana […] y nunca seré americana», para señalar esa encrucijada del exiliado: no se pertenece nunca más a ningún sitio. El desarraigo es desgarro. Y así vive «la vuelta a casa»:

Durante ocho años había soñado con el instante en que volvería a pisar suelo alemán. Pero mis sueños ya no se basaban en la realidad. El tiempo y el deseo habían vuelto borrosos todos los recuerdos. Solo me habían quedado algunas impresiones de mi niñez: ciudades deslumbrantes, anuncios luminosos, limpias casas, bosques, pueblos adormilados, rosales, puntiagudas torres de iglesias, campos nevados y árboles de Navidad.

Cuando salí del avión vi un campo grande y helado, un edificio bajo parecido a un cuartel, un par de ruinas, montones de escombros y cráteres de bombas. Vi innumerables aviones americanos, jeeps americanos, grandes y pequeños, soldados y oficiales americanos, mujeres americanas con vestidos de colores chillones, calcetines bajos y niños en brazos. […]. Vi un cielo azul resplandeciente y vi nubes de polvo.

Por la otra parte, la madre de Angelika, esa madre diferente que no es como otras, dice:

Sabes, aún sentí, durante algunos años, lo de la Alemania “intelectual” y que aquel era mi país y su idioma el mío y que yo era de allí y pertenecía a ese lugar. Pero debo de ser una judía de verdad, pues ya no necesito Alemania. Lo que recibí de ella aún lo tengo: el idioma que amo, la música, la literatura, las pocas personas a las que tenía apego, y que comprendía como nunca comprenderé a personas de otros países. Pero eso es agua pasada. […]. Creo que podría vivir en cualquier lado que sea hermoso y donde tenga a mis hijas y algunos medios. Pero no aquí, pues esto no me ha gustado nunca.

Por último, cabe señalar que ambas novelas describen un episodio trágico de estas familias, que es la misma: la de la detención de Bettina, la hermana de Angelika (y de Eveline) y su confinamiento en un campo de concentración. En Tú no eres como otras madres, Angelika lo describe con cierta frialdad o indiferencia respecto a la situación de la hermana, parecida a la que aparece en Hombres. Si el hecho le angustia, parece ser mucho menos por la desgracia que sufre su hermana que por la angustia o preocupación de la madre:

Temí que mi madre ya no fuera capaz de sobrevivir a lo sucedido, pero es increíble cuántas fuerzas pueden residir en una persona deshecha. Asediaba día y noche a las autoridades para liberar a Bettina del campo, situado en alguna parte de las montañas. Obsesionada por un miedo atroz de que a mí me ocurriera lo mismo, me prohibió que durmiera en casa. […]. Partía cada noche con mi cepillo de dientes y uno de los camisones de seda de mi madre, sintiendo mucho apuro por depender de la magnanimidad y misericordia de los británicos.

 

Y en Hombres, ante el episodio, también da la impresión de que lo menos importante es Bettina y lo más la preocupación de la madre y ella misma:

Una nueva ola de detenciones se extendió sobre Bulgaria. La mayor parte de las víctimas desconocía el por qué de su detención. Entre ellas se encontraba mi hermana. Fue detenida por la noche y llevada a algún lugar desconocido.

Mitso, su marido, vino a darnos la noticia. […].

–¿Qué ha hecho Bettina?

–Nada, naturalmente –sollozó Mitso, y de repente estalló–: ¡Tener un padre alemán!

–Ah, claro[…] –fue lo único que comentó mi madre.

Tuve miedo por ella. […]. Pero no necesitaba ayuda. Era fuerte y valiente.

–¡Vístete, Eveline! –ordenó con voz tranquila.

–¿Por qué? –pregunté, sin comprender–. No son más que las tres de la madrugada, y hasta que no sea de día no podremos hacer nada.

[…].

–¡Por Dios –me gritó–, date prisa! ¿No lo comprendes? ¿Es que tú no tienes también un padre alemán?

[…].

–Mañana, Eveline, buscaremos una solución.

[Al día siguiente y hablando con un inglés]:

–¡No pasarás ninguna otra noche en el sótano!

–¿No? –grité–. ¿Es que los señores ingleses van a preocuparse por mí y por los que son como yo?

 

La madre y el padre

 

En ambas novelas aparece una adoración de parte de la protagonista femenina por su padre. En cambio, en la relación con la madre está el conflicto: una especie de novelas sobre lo que en términos lacanianos se denomina “estrago”. O que siguen cierta tradición literaria del tema madre/hija. El “enamoramiento” de la hija hacia el padre aparece (sanamente) como un amor imposible en Tú no eres como otras madres:

En efecto, mi padre era maravilloso y muy distinto al resto de la gente. No se le podía querer como a mi madre, con aquel frenético amor de monita tití, no podía uno sentirse con él tan profunda y cálidamente abrigado como con los abuelos Kirchner, ni pedirle o suplicarle algo llorando como a Gertrud. Solo se le podía adorar desde una cierta distancia.

Y mientras que de su madre dice que «Cada vez se juraba a sí misma que no gritaría nunca más. […]. Yo temía sus ataques de rabia más que a la bruja de Hansel y Gretel», de su padre dice esto:

Un día, mi padre perdió los papeles. Nunca los había perdido ni volvería a perderlos jamás. Fue un estallido breve, pero resultó ser para mí un acontecimiento tan pavoroso e inconcebible como si una tormenta en el cielo despejado se hubiera abatido sobre nosotros, llevándose el tejado que nos cubría.

En ambas novelas, como fue efectivamente en la vida real de Angelika Schrobsdorff, el padre está ausente porque no se exilia con ellas a Bulgaria sino que se queda en Alemania. Esta separación es dolorosísima para ella. En Hombres el padre aparece como el único hombre posible, o dicho de otro modo, los hombres serán posibles (para el amor) en la medida que recuerden al padre:

Cuando entró el capitán de corbeta Wahl me quedé inmóvil, con el disco a media altura. Así lo mantuve durante varios segundos. El hombre que acababa de entrar, con su elegante uniforme azul oscuro, me recordaba a mi padre de forma casi dolorosa. […]. Su leve y distinguida sonrisa era la de papá, así como su mirada tranquila y lejana.

Amaba a mi padre con infinita veneración y sufría con su ausencia. Fue esta semejanza física entre él y el capitán de corbeta Wahl la que me afectó tanto en un primer instante.

Y la madre, en esa misma novela, es al tiempo amiga y enemiga, confidente o a quien debe ocultársele todo. La relación habita precisamente en esa tensión:

Desde la detención de Bettina, mi madre nunca había estado en casa durante el día, por lo que tampoco celebrábamos nuestros tradicionales almuerzos. […]. No se daba cuenta de nada. […]. Y no puedo decir que esto me resultase desagradable. Sus preguntas, sus constantes reproches, siempre me habían puesto nerviosa.

[…].

–¿Qué es lo que te parece horroroso?

–Tus ridículas cejas tan depiladas, los labios tan chillones, esa capa tan espesa de polvos. ¡Eso lo puede hacer cualquiera! ¿Te parece bonito ese rostro adocenado?

–No tienes ni idea de estas cosas –rechacé mi plato–. Perdóname, pero tengo una cita.

–Para un día que estoy en casa, bien podrías quedarte a hacerme compañía un rato […] –dijo mi madre en voz baja.

¡Claro que podría haberme quedado en casa! No tenía ninguna cita. Pero sus preguntas, sus miradas, sus reproches me hacían sentir rebelde. […].

Estuve recorriendo las calles. Quería mucho a mi madre, me daba pena y no quería ofenderla. Pero no consentiría que se inmiscuyese en mis asuntos; además, sus consejos me parecían estúpidos. […].

Quería decirle a mi madre que pretendía seguir el camino que yo, y tan solo yo, considerase más adecuado. Con este propósito en mente volví con ella.

En la tensión entre la pelea y la reconciliación anida la relación madre/hija, que valora (porque creo que en ambas novelas es presentado como un valor) que esa madre no sea como las demás. En Hombres no está en el título del libro, pero aparece así tal cual:

–Menos mal que no eres como otras madres –le dije con cariño.

Sobre la madre merece la pena destacar otro episodio coincidente en ambas novelas, del tipo del de el campo de concentración de Bettina. Se trata de la enfermedad que padece la madre y cómo es anunciada en ambos libros, casi de manera idéntica. Dice Mitso, el cuñado de Angelika, en Tú no eres como otras madres:

–Tu madre […] –dijo Mitso– está muy enferma […] –me soltó y preguntó–: ¿Tienes un cigarrillo?

Saqué el paquete del bolso y los dos encendimos un pitillo.

–Se trata de una enfermedad poco conocida –continuó–. Esclerosis múltiple. […].

–¿Quieres decir con eso que mamá […]?

–Angelika, soy médico y no puedo ni debo ocultarte la verdad. Tu madre no sabe nada, a Bettina ya se lo he dicho, ahora te lo digo a ti: no le queda mucho de vida.

[…].

–Mamá tiene que ir a Alemania lo más rápidamente posible –dijo Bettina–. Creo con firmeza que en Alemania la pueden ayudar.

[…].

–Tienes que escribirle a papá y decirle que mamá está muy enferma –dijo Bettina.

–Tienes que mostrarte muy, muy cariñosa con ella, sin hacerle ni sospechar cuál es su situación –dijo Mitso.

–Dejadme en paz –grité.

 

Y en Hombres la escena sucede así:

Me cogió de un brazo, me llevó a un sillón y se sentó frente a mí.

–¿Tienes un cigarrillo, Evi?

–¡Claro que sí! Pero, ¿no habías dejado de fumar?

–A veces vuelvo a recaer.

Le tendí el paquete y encendí yo otro.

–¿Te ha dicho tu madre que ya ha visitado a un médico? –preguntó Mitso, tras disfrutar visiblemente con las primeras caladas.

–No. Nunca me habla de esas cosas. ¿Cuándo ha ido?

–Hace poco. No la dejé en paz y, finalmente, conseguí llevarla yo mismo.

–¿Y…?

–El médico me llamó por teléfono una hora después y me pidió que fuese a verle.

–¿Y…?

–Me dijo que padecía esclerosis múltiple.

[…].

–Evi –dijo Mitso entre lágrimas–, dentro de unos días volverás de nuevo a Alemania. Tienes que hacer todo lo posible para reclamar a tu madre cuanto antes. Aquí, en Bulgaria, no se puede hacer nada por ella. No tenemos dinero, medicamentos, ni clínicas especializadas. Quizá en Alemania se pueda hacer algo […].

Apreté los labios y asentí.

–Pero lo más importante para ella es estar cerca de ti, Evi. ¡Te quiere tanto…!

–No digas nada más –murmuré roncamente–, por favor, no digas ni una palabra más.

Mitso se levantó y me abrazó.

–Tienes que ser valiente, Eveline.

–¡No puedo serlo!

 

Else Kirschner Schrobsdorff murió en 1949.

 

Los hombres o el amor

 

Mientras Tú no eres como otras madres es una novela que pone mucho más el foco en la madre, y si se habla de matrimonios y amantes es más sobre los de Else que sobre los de Angelika, en Hombres la trama de la novela avanza según las relaciones amorosas que va experimentando Eveline. En ambas, de todos modos, aparece esa combinación casi erótica de la mujer bellísima con el soldado fuerte. Pero ambas novelas, también, ponen acento en el tema de la independencia de la mujer o de la “revolución” femenina. Si Else no es como otras madres, también cabe subrayar que no es como otras mujeres:

 

Como mujer de mi generación, yo era algo nuevo, insólito y sospechoso. Me salía del marco, por así decir, tenía que ser muy fuerte y hacerme mis propias leyes.

 

Eveline pasa por muchas parejas, algunos matrimonios y varios amantes. Vive la catástrofe de las rupturas pero también el enamoramiento de los comienzos. Es una mujer intensa, extremadamente atractiva y avanzada. Se equivoca, traiciona, pero va por delante con su cuerpo y con sus principios, aun cuando un marido golpeador le pega hasta dejarla desfigurada. Eveline es una mujer valiente y no muy dispuesta a las normas, las convenciones o a la vida monótona y doméstica:

–[…] se hallará usted en una pequeña casucha de cualquier ciudad provinciana, haciendo la comida a su marido.

–No sería la primera mujer que lo hace.

–¡Desde luego que no! Pero hay que distinguir entre las mujeres que han nacido para ello y las que no.

–¿Y yo he nacido para ello?

–¡Dios sabe que no!

[…]

–Aprenda a ser actriz y dedíquese luego al teatro o al cine.

–Pero ese mundo no me interesa mucho.

–Eso no tiene importancia. Lo que tiene importancia es que salga de esta atmósfera opresora y que, finalmente, llegue a ser usted misma.

 

Angelika Schrobsdorff fue actriz y escritora.

 

En 1948, un año antes de morir, Else Kirschner escribió una carta (incluida en Tú no eres como otras madres) que decía:

[…]. Ser libre y autónoma son cosas que a una no la decepcionan nunca. Ojalá lo hubiera sabido antes y no hubiese estado siempre tan consentida. Naturalmente, lo más bonito para una mujer es tener marido y familia, pero aun así debería estar siempre preparada. Los matrimonios suelen fracasar por algún motivo, y saber entonces caminar por sus propios pies es la salvación para la mujer.